Facundo Cabral “Hay medio mundo esperando con una flor en la mano/ y la otra mitad del mundo/ por esa flor esperando” F.C.
“Un minuto de silencio, un segundo de descuido” y donde debió estar la vida, “un hijo”, llegó inesperada la muerte.
Cuentan mis fuentes del más allá, que todo fue culpa de un descuido divino porque Dios, -que todo lo sabe-, anduvo el amanecer de este sábado jugando a caricias con la María Magdalena, haciendo realidad sus palabras de amarse los unos “sobre” los otros, como decía Cabral. Y así se le escapó la vida del cantor.
Por hacerle justicia y rendirle homenaje, digo aquí que Facundo se nos adelantó 30 años a todos. Vio el mundo después de la guerra fría cuando todavía había guerra fría.
Cuando en los años 70s casi todos hablábamos de revolución política, él se atrevió a corregirnos apoyado en Krishnamurti: “Para hacer la revolución, primero hay que revolucionarse.” Y es que mientras sólo seamos unos tristes resentidos y amargados, hijos del odio, no podremos hacer una revolución desde el amor y el respeto, por una verdadera justicia social EN LIBERTAD, no importa si de izquierdas o de derechas, y si no relean a Milán Kundera, La broma, La insoportable levedad… y en ese plan.
En los años 70s, Cabral vino al país y la termocefalia nativa, tan perdida como siempre e intolerante como nunca, boicoteo su concierto en la UASD. (Igual había hecho antes con Pablo Neruda). Entristecido, de visita en Radio Sta. María, pronunció una frase que nos marcaría personalmente al confirmarla años después durante nuestras andanzas académicas por las entrañas del otro monstruo, el socialista “real”. En RSM dijo Cabral que el problema de todas las dictaduras y todos los fundamentalismos “es la falta de contemplación del otro.”
Treinta y cinco años después de todo esto, muere Cabral víctima de la violencia desmadrada de un empobrecido país centroamericano que como el nuestro anda preñado de injusticias, corrupción, impunidad, delincuencia y casi todas las pobrezas.
Lo que hoy se nos ha echado encima es la crisis del ser occidental. El “novamás” de este hombre del S. XXI que anda relativizandolo todo, sin ideología ni fe, huérfano de sueños y de dioses, de amores verdaderos y esperanzas. Justo y lo que nos advertía entre canciones el Facundo, que para proclamar la vieja nueva del amor se apoyaba en Whitman “porque todos somos uno”; en Tagore, citando una pregunta que basta para reencauzar la vida de cualquiera: “¿qué es un hombre sin un sueño?” Y citaba a Isaías por denunciar a los malos pastores o curas, amantes de riquezas, glamures y otras flores, falsos profetas de un Dios que, según Isaías, dijo: “Cuando llegan a mis atrios, no les exijo nada. No quiero velas, dones o incienso, estoy harto de vuestras ceremonias (…) y los ritos son una carga que no soporto (…) Solo quiero que sean buenos y que hagan el bien.” He ahí la esencia de un buen ser humano, cristiano o musulmán.
El problema no es la muerte de Cabral, al fin, él siempre estuvo preparado para el momento. Lean: “Cuando vengas a buscarme habré de estar bien despierto, en el medio del camino
de las lluvias y los vientos. Cuando venga la muerte será sin llanto, igual que con la vida me iré cantado”.
El gran problema de este absurdo triunfo de la muerte es la derrota del amor, justo y cuando creíamos que el mundo ya sin guerra fría iba a ser más humano e íbamos a poder ser, ya globalizados, al fin, todos hermanos.
Murió Cabral, y mientras victorioso Nietzsche baila un vals con Zaratustra en los salones del nihilismo, termino diciendo lo que él mismo dijo que dijeron cuando murió Carlos Gardel, joder: “Ahora sí que somos pobres.”
Fuente: El Bulevar de la Vida @www.elnacional.com.do